"La guerra del Líbano y la masacre de Sabra y Chatila. Historia de un mundo sin memoria"
Antes de nada, un poco de contexto sobre su autor. Ari Folman es un director israelí al que no conocía de nada. En absoluto. Fue gracias a las recomendaciones que me llegaban desde diversas fuentes que me decidí a ver esta película, y ha sido todo un acierto. Se le conoce principalmente por su dirección en filmes de animación como El Congreso (2013), aunque su gran labor se encuentra en el mundo del guion, habiendo participado en múltiples capítulos de diversas series. Sin embargo, es gracias a Vals con Bashir que su figura se puso en el punto de mira de la crítica y público por la calidad de su obra. Y aún así es un director prácticamente desconocido.
La película sigue a su director, Ari Folman, quien es contactado por un amigo suyo a raíz de unas agobiantes pesadillas relacionadas con la guerra de Líbano. Esto le conducirá a entrevistarse a otras personas que participaron junto a él en la guerra, en un intento de recordar qué ocurrió exactamente en relación a este conflicto y uno de sus eventos más terroríficos: la masacre de Sabra y Chatila. Aunque se basa en un contexto histórico más o menos reciente y del que podemos conocer (o no) su desarrollo y consecuencias, esta obra pretende reconstruir desde cero los eventos que dieron lugar a su conclusión. En este sentido podríamos pensar que nos encontramos frente a uno de tantos documentales. Sin embargo, aquí entra en juego uno de sus aspectos cruciales y más atractivos: la animación.
Técnicamente, la película tiene un atractivo que es inmediato. Nada más entrar a la película tenemos una secuencia de perros rabiosos corriendo por las calles y asustando a los civiles. Desde esa primera escena podemos apreciar un estilo claramente inspirado en las viñetas, usando una mezcla de trazados gruesos y una paleta de colores mates que simplemente por el uso de la luz consiguen transmitir un aura de realismo sorprendente. En algunos momentos he llegado incluso a dudar si se trataba de rotoscopia (realizar trazados sobre imágenes reales), pero se trata de una armoniosa mezcla entre animación tradicional y digital. ¿Y por qué utiliza Ari Folman la animación para contar su historia? Un objetivo claro es atraer al público. Podemos vernos más atraídos por los dibujos que por los actores de carne y hueso. Pero podríamos cavilar e intentar ofrecer diferentes opiniones al respecto. En mi opinión, hay dos intenciones, aparte de la mencionada anteriormente: la primera, dar más control al director y poder hacer uso de iluminaciones, paletas de colores y planos poco convencionales en el mundo del documental y que dotan a la obra de un fuerte componente dramático e impresionante (cuando se ve la película se entiende); y la segunda, suavizar la violencia. Es cierto que muestra escenas claramente crudas y desgarradoras, pero al hacerlo a través de la animación, permite que el espectador no se vea abrumado en exceso. Y a mi parecer, estas tres funciones cumplen bastante bien con su cometido.
Entrando en el componente narrativo, la cinta es más que competente. Podemos apreciar que se sigue un esquema documental, en el que el director actúa de entrevistador a fin de obtener información sobre aquellos hechos que pretende presentar al público. Sin embargo, aquí se introduce un extra, un aliciente que justifica la búsqueda del director: él mismo fue partícipe de la masacre, pero no recuerda casi nada. Se guía por los vagos recuerdos que tiene e intenta hacerse una imagen completa de todo lo que ocurrió, para así poder, en cierto modo, reconciliarse consigo mismo. Al principio, se ve que su amigo le pide ayuda con sus pesadillas porque cree que el cine puede ser terapéutico, pero al final de la película descubrimos que a quien acaba ayudando es al propio director. Sin embargo, podríamos pensar que la amnesia que nuestro director sufre puede tener un significado más profundo. En cierto modo, nos podemos ver identificados con Ari Folman, porque nosotros también parecemos haber olvidado todo cuanto sucedió: el conflicto palestino-israelí no tiene apenas reconocimiento en el currículo escolar de hoy en día, y en un mundo de constante avance y de orgía informativa, es muy fácil olvidarse de la masacre. Sin embargo, una vez que entras en la película, al igual que Ari Folman, quieres seguir adelante, ya no por terminar, sino porque te sientes identificado con la intención de nuestro protagonista, quieres seguir para (re)descubrir qué pasó y cómo pasó, aunque pueda doler.
Si a esto le sumas un intimismo, un ritmo bastante equilibrado, una banda sonora que potencia la narrativa y un final desgarrador, nos encontramos frente a una de las mejores películas de animación que uno podría ver.
En definitiva, si has llegado hasta aquí, dale una oportunidad y échale un vistazo. Aunque pueda pasar desapercibida e incluso aunque no te llame la atención. Solo por ver una película que yo defenderé hasta el final. Puede que hasta se sorprenda.